viernes, 7 de mayo de 2021

soy una chica mala

 Me recuerdo divisando ese banco y pensar "este es un buen lugar para ponerse a escribir, escentrico y dadaista, perfecto para mi". Estuve escribiendo un rato, al principio me martirizaba pensando en que no era lo suficientemente bueno ni lo suficientemente potente, pero a media que las oraciones se iban dibujando como por arte de magia, al sentir mis dedos poseidos por el ingenio tecleando en la pantalla del móvil, poco a poco se iba esbozando una sonrisa en mi alma, así como una risita tétrica que también se comenzaba a escuchar de fondo. De pronto advertí que apenas en veinte minutos debía entrar por la puerta de mi instituto para asistir a las clases. Pensé para mis adentros en las pocas ganas que tenía de ver al imbécil del profesor, y observé cómo una emoción con alas de petróleo me seducía desde la distancia: la idea de reventarle la cara con el puño cerrado se acercaba hacia mí con cierto ademán de complicidad. Entonces, movida por la prisa que se cernía sobre mí, caí en una sucesión de pensamientos que me llevaron a cruzar a la acera de enfrente para adentrarme en las profundidades de un Mercadona que allí se encontraba. Bajé las escaleras con cierto aire mezcla de macarra y vagabundo, sintiendo cada paso como si estuviera descendiendo por los peldaños de mi hogar. Nada mas cruzar la puerta principial me entró la duda de si saludar abiertamente a todo el mundo con un rotundo y contundente "buenos días", pero rápidamente descarté la idea por falta de tiempo, y por temor a que nadie me devolviera el saludo. Al cruzar la zona de las cajas y dirigirme hacia las estanterías llenas de envases con comida fabricados por asesinos en serie, magnates de la industria, comencé a notar un leve cosquilleo en las manos, como si de pronto me pesaran más, y no podía evitar sentirlas como un cuerpo extraño en el que todo el mundo se iba a fijar para ver si escondían algo dentro de la cartera o del pantalón. Por temor a que mi suposición fuera cierta, me deshice enseguida de la idea que tenía en mente de coger algo prestado de la tienda. Me paré en frente de las lasañas precocinadas, mi debilidad durante este ultimo periodo, pero concluí en que no tenía el hambre suficiente para comerme una de ellas. Entonces fisgoneé un poco mas en los estantes de platos preparados por si alcanzaba a ver algo que captara mi atención, pero nada lo hizo en la medida que estaba buscando. Entonces continué mi camimo y giré hacia la zona de los dulces mientras pensaba "esto será más barato, pero lamentablemente no me apetece comer dulce... hmm, vaya, qué desgracia". Para mi suerte o mi infortunio, atisbé a lo lejos, en el fondo del pasillo, lo que parecían ser surtidos de panecillos y bollería, asi que dibujé una falsa sonrisa en mi corazón y apresuré ligeramente mi paso. Al llegar a la vitrina ojeé en busca de algo barato y apetecible. Cuando vi las napolitanas de jamón y queso maldecí en silencio por no haber ido al Dia, a sabiendas de que allí serían mas baratas. Tras unos momentos de duda y reflexión, me rendí y tomé una de las dos que quedaban. Por algún tipo de asociación extraña, al ver esas dos napolitanas solitarias en su estante, pensé en ti por un instante, aunque, para no mentir, debía decir mas bien que llevaba dos dias sin poder, ni querer, sacarte de la cabeza. Entonces me di media vuelta y, mascullando, fui avanzando por el pasillo en dirección peaje, mientras una voz en mi cabeza me planteaba la opción de salir con ella en la mano como si nada pasara. Noté la ausencia de mis 70 céntimos antes de pararme frente a la cajera, cuando vi que dos trabajadores me habían visto napolitana en mano. Al principio pensé que quizá no se fijarían en si salía o no del recinto sin pagar, o que lo pasarían por alto porque comprenden mi situación, pero al final no pude reaccionar a tiempo, y cuando quise darme cuenta estaba buscando la cola mas pequeña para pagar mi desgraciada napolitana de jamón y queso. Tuve la suerte de ver, en los puestos de la izquierda, una cola vacía, donde el cliente en cuestión estaba terminando de pagar su compra. Así que rauda como una ardilla dirigí mis pasos hacia allá, donde la trabajadora dijo algo que no llegué a captar. Entonces le pregunté por lo que había dicho, pensando que no tendría mayor relevancia, pero me encontré con que la señora había hecho un chiste: "¡ya puedes ponerlo aquí!" - me dijo con cierta prisa, y entonces rió, al darse cuenta de que no había empleado una bolsa de papel para guardar mi aperitivo, y que por lo tanto, sería una guarrería tanto para la cinta corredora como para mi estómago el acto de dejar ahí mi comida. Reí con ella cuando me explicó la situación y puse mi sonrisa falsa y desesperada por excelencia. Tampoco es que la pusiera a propósito, lo había mecanizado y automatizado hace ya mucho tiempo y, al verme envuelta en el nerviosismo que me producía hablar con alguien a quien no quería siquiera mirar, pues no quería mirar en general mas allá de la nada, no encontré mas remedio que el de intentar quedar bien. Pero como me resultó una persona agradable y valiente, hice un esfuerzo por reirme con ella de un modo sincero y contestarle desde el corazón. Aquello me alegró, y tras pagar mis 70 centimos, despedirme y olvidar allí el tiquet, salí danzarina con una media sonrisa en la cara, esta vez sincera y jocosa. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario