viernes, 7 de mayo de 2021

Arenas movedizas.

Un día más desperté con la primera alarma de siete que tenía, a las ocho de la mañana. Con los ojos entreabiertos cogí el movil, que estaba destrozándome los oídos con el jodido ruidito de siempre, e intenté apagarla, pero por más que tocaba la pantalla, medio a ciegas, este no dejaba de sonar. Llevaba ya tantos días con esta extenuante rutina que las intenciones del sonido comenzaban a desdibujarse, hasta tornar completamente en burla: una humillación. La alarma parecía haberse dado cuenta de que yo sólo pretendía seguir durmiendo, y en consecuencia, haberse vuelto todavía mas estridente de lo que ya era desde un principio. Por momentos, el runrún que emitía mi aparato se asemejaba tanto a una carcajada que noté cómo una lagrima se escapaba de mi cavidad ocular sin yo poder hacer nada para impedirlo. Sentí como la almohada se humedecía y me retorcí por dentro durante unos instantes, preguntándome si de verdad merecía la pena seguir con vida. No obtuve respuesta alguna, ya que, como la mayoría de mis preguntas, esta también fue emitida únicamente para rellenar un vacío aplastante, silencioso y repugnante, fruto del odio, a sabiendas de que seguía sin ser capaz de dirigirme la palabra. De todos modos, qué mas da, hace mucho tiempo que sé que no me puedo permitir tal lujo como el de acabar con mi agonía a través del suicidio, al menos no hasta que sea anciana. A todo esto me di cuenta de que la alarma seguía con su exasperante zumbido, así que nuevamente intenté tocar la pantalla con el dedo y, con suerte, acertar en la parte del táctil que servía para desactivarla. Lamemtablemente mis resultados volvieron a ser decepcionantes, no sabía qué estaba pasando, por más que la encendiera y toqueteara en busca del botón de apagado no conseguía hacer que el maldito teléfono dejara de reírse de mí, mientras me perforaba los oídos, el alma y la autoestima. De pronto caí en la cuenta de que no podía mover el resto del cuerpo, y que, si trataba de mirar hacia cualquier otro punto de la habitación, una fuerza mayor me lo impedía. Tardé poco en reaccionar, pues ya me conocía los mecanismos de la parálisis del sueño, y tan pronto como pude traté de despertarme. Entonces abrí los ojos y me percaté de que llevaba un buen rato soñando con el despertador sonando, y reparé también en que, en realidad, no eran las ocho de la mañana, ni las nueve, ni las diez, ni las once. En cambio, la noche seguía transcurriendo.

Sentí que me había desvelado, así que tomé unos momentos para pensar en qué era lo que me apetecía hacer durante los próximos instantes de quietud, y concluí en que lo único que quería era seguir durmiendo, y con suerte no despertar al día siguiente. Una parte de mí era consciente de que no iba a ser capaz de echar una cabezada hasta que comenzara a amanecer, pues nada más despertar había notado cómo se apoderaba de mi el vértigo usual que me invade cada vez que mi cabeza entra en bucle, imaginando sin parar algunos de los escenarios paranormales que más me atemorizan. Para cuando decidí levantarme y dar un par de vueltas en círculos dentro de mi propio cuarto, ya había podido avistar de reojo mas de cuatro siluetas diferentes, pero a estas alturas, ya no me lo tomaba tan enserio como antes: había comprendido que tan sólo era producto de mi imaginación y que, por muy factible que me pareciera el hecho de que al pensar en ello haría converger aquella realidad aparentemente irreal con la mía propia, lo que tenía que hacer era tratar de concentrarme en la altísima probabilidad de que, en realidad, ninguna de esas situaciones acabara sucediendo. 

Después caí en la cuenta de que había perdido la noción del tiempo, llevaba un buen rato dando vueltas en círculos como medio en trance, mas mi propia estupidez me sacó de ese hermoso estado. Entonces pensé que quizá sería buena idea salir un rato a la terraza y contemplar las estrellas, que siempre me ayudan a sentirme acompañada, y en cierto modo comprendida: cuando estoy con ellas me siento en calma... Pasaron unos segundos, otra vez me había extraviado en mis pensamientos, en esta ocasión resurgí con una calidez en el pecho que me incitó a coger algo de abrigo y salir por la ventana de mi cuarto, con sigilo. Sonreí levemente al notar el frescor de la oscuridad en mis mejillas, mis pies descalzos disfrutaban de la gélida roca que bajo ellos se encontraba, y noté la suave brisa nocturna entrando en contacto con mi ser, meciendo mi pelaje y colandose por entre el huequito que dejaban mis piernas desnudas. Caminé entonces hasta el sofá y me recosté sobre él; de pronto me noté algo febril, aunque tampoco le di mayor importancia. Permanecí tumbada durante unos cuantos minutos, tratando de que mi tranquilidad no se disipara como lo haría el rocío con los primeros rayos de sol. De repente comencé a notar que me estaba aburriendo de estar en el sofá, y me levanté a ver las estrellas. Caminé hasta la barandilla y me apoyé en ella, por un momento me sentí trascendental y poética, vislumbrando verdades infinitas en la profundidad de lo intangible. Disfruté de esa sensación hasta que comenzó a evaporarse, y entonces miré hacia la negrura del cosmos, escudriñándolo con ternura, sintiendo cómo los astros se daban cuenta de que estaba ahí, mirándolos, pensando en ellos y en lo bonitos que son, confesándoles cómo me siento y hablándoles de mis inquietudes más recónditas... «al fin y al cabo vosotros brilláis sin cesar, y siento que una parte de mí también lo hace. Otorgáis vida como en este planeta, y yo siento que también lo hago, casi sin darme cuenta. El problema reside en que hay una parte de mí que solo quiere dañar, asesinar, destrozarlo todo, destrozarse a si misma, hacer sufrir a las víctimas. Lo peor es darme cuenta de que, por momentos, es como si perdiera el conocimiento y de pronto, le encuentro la gran gracia sin ningún tipo de impedimento ni reparo. El remordimiento viene después, cuando me percato de las atrocidades que estoy pensando en cometer, pero así como me llega se me va, y noto como una parte de mi está medio muerta, practicamente vegetal.»

Pensé para mis adentros que me gustaría poder decantarme sólo por una de las dos, y aunque lo intento, siempre le acabo encontrando cierta gracia y sentido al maltrato.

Súbitamente reparé en que llevaba demasiado tiempo absorta en mis pensamientos, y parece ser este un mecanismo de defensa que tengo para no profundizar demasiado en lo que verdaderamente me sucede, relegándome así de un plano de honda comprensión que creo me llevaría a la gloria. 

A continuación volví a mirar hacia el cielo, pero ya me había cansado de estar ahí fuera y, además, me había desanimado un poco el pensar en todo aquello, así que terminé por volver a mi cuarto. Me posé en la ventana y, con el mayor cuidado posible, me arrojé hacia el interior del habitáculo. Me paré un momento en el medio de mi habitación y sentí como un bostezo inminente me pedía a gritos que me estirara y fuera a acostar, así que sin darle muchas más vueltas, estiré mientras bostezaba, extendiendo mis brazos lo más lejos que pude del torso, y entonces me fui de nuevo a la cama, dejando previamente el abrigo encima de la silla, acariciándolo con ternura durante un segundo antes de soltarlo. Había sido un buen rato, pensé, a pesar de aquella reflexión tan inhóspita. De pronto me puse rabiosa, recordé que llevaba demasiados años evitando el dolor y el sufrimiento, las putas drogas me habían convertido en una esclava del placer constante, o si no del placer, de la evasión del sufrimiento. Sentí una terrible impotencia mezclada con ganas de tirarme al suelo y llorar desesperada que subieron por mi pecho, atascándose en mi garganta. Una vez más me tragaba mis emociones y las hacía desaparecer en un santiamén, como por acto de magia. «¡¡¡¡Estoy harta!!!!» -grité para mis adentros. «Odio llevar mi sufrimiento tan en silencio, y si ya me costaba expresarlo antes de comenzar a drogarme, ahora que he habituado a mi cerebro a buscar la evasión perpetua, estoy jodida» -mascullé entre sollozos. «¿Qué debo hacer?... ¿Arroparme e intentar dormir? parece que ya empieza a salir el sol a lo lejos... ¿Rajarme las venas y llorar en silencio? llevo muchos días aguantandome las ganas... ¿De verdad es este el momento excepcional para el que me estoy reservando?... No, no lo es...», o de eso intenté convencerme: en el fondo me sentía orgullosa de haber logrado generar la costumbre contenerme cuando me venían ganas de hacerme daño, sabía que era la única manera de hacer de la vida algo que no fuera insufrible... Aunque, por momentos, lo único que realmente quería es que volver a vivir bajo el yugo de todo ese dolor y, sin vacilar ni un instante, desatar mi llanto y mi desesperación y mi odio y mi tormento... Todo aquello que aun llevo adentro pero que no me atrevo a sacar por miedo a acabar de nuevo encerrada en un psiquiátrico. 

Malditos cabrones, al final uno le coge gusto a estar ahí, aunque la cosa se torna un poco menos acogedora cuando deciden atarte de pies y manos y pincharte un antipsicotico, mezclado con vete tú a saber qué, con el objetivo de observar cómo se te cae la baba, y dejes así de dar por culo a tus vecinos con gritos interminables y alaridos ensordecedores. En esas condiciones aprendí a reprimir mis emociones: ¿No sientes? No la lías ¿No la lías? Te dejan en paz y acabas por recibir pronto el alta... Aunque ahora lo pienso y ¿Para qué? ¿Para qué salir pronto? ¿Para volver a fumar porros y meterte rallas? Ahora lo pienso y tampoco difiere mucho la cosa si me consigo allí una habitación sin fecha de caducidad, como el dni para los ancianos: con tu colchón, tu baño, tu pasillo y tus salas de terapia y ocio. Ah, y, por supuesto, no se nos olvide el delicioso catering, que tiene aspecto de comida casera pero te llena como una hamburguesa del macdonalds. Desde luego, también tendrás tu dosis diaria de estupefacientes, y de celadores y terapeutas... ¿qué más podrías pedir? Y todo ello por no enfrentarse jamás al mundo real de nuevo, habitando día tras día un espacio reducido de horarios prácticamente inquebrantables, con olor a planta psiquiátrica, a gritos desconsolados y a suspiros de agotamiento y resignación, lleno de locos sedados con los que hablar por unas semanas hasta que desaparezcan, y con suerte no volverlos a ver. Muchas veces me quedo pensando en que probablemente esté hecho a propósito para que siempre se te quede ese runrún en la cabeza que te invita a rajarte las venas solo para acabar de nuevo en el hospital.

Pasé un largo rato en silencio, hasta que, de repente, un pensamiento fugaz me llevó a percatarme de que ya era prácticamente de día... Me hice consciente de mi cuerpo y lo noté cansado y entumecido, así que tras vacilar por unos instantes me acomodé en el colchón y me arropé con las mantas hasta cubrir la mitad de mi cara. Poco a poco noté como me iba durmiendo, hasta que de un momento a otro ya no notaba nada: olvidé que pensaba en que me estaba quedando dormida, y acto seguido me desvanecí.

(...)

De pronto oí la alarma de siempre, y recordé lo que me había sucedido la noche anterior. Rápidamente fui a apagarla y me volví a dormir, estaba cansada y sin ganas de saber nada de nadie. Desgraciadamente al poco tiempo volvió a sonar otra, y repetí el proceso unas 5 veces más. Entonces desperté sintiéndome una pésima persona, no obstante me sentía con energía, así que me desperecé y comencé un nuevo dia, tratando de no dejar cabida a toda la negatividad que en aquellos momentos me rodeaba, pretendiendo poseerme. 

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